No devolviendo mal por mal, o insulto por insulto, sino más bien bendiciendo, porque fueron llamados con el propósito de heredar bendición. 1 P 3:9.
Es muy común en el mundo encontrar personas con sed de venganza, con deseos de hacerse notar y mostrar sus fuerzas cuando sienten que se les vulneran los derechos. No es raro que algunos creyentes sientan este deseo; tanto es así que Dios, previendo que esto pasaría, ha dejado mandamientos para que no actuemos en nuestras fuerzas y que confiemos en sus juicios.
No devolver significa no responder, el creyente no debe estar armado para responder, en este mundo que lo persigue, en la sociedad o en la familia; no debe responder con mal. El deseo de Dios es que no haya insultos ni improperios entre los cristianos (Lv 19:18), de cristianos a inconversos y de cristianos a sus familiares incrédulos. Los que han recibido a Cristo deben ser conocidos por su amabilidad, no por su ira (Pr. 20:22; 24:29).
El creyente tampoco tiene derecho a difamar, hablar mal o usar palabras que hieran (Ef. 4:29; Col. 3:8). En los contextos en los que Pedro escribe, donde las mujeres eran azotadas por sus esposos inconversos, los esclavos golpeados y maltratados por sus amos, parece difícil decirles que no deben hablar mal o de forma desmedida de los incrédulos. Pero ellos deben amar al prójimo como Cristo lo hizo.
Los cristianos hoy no tenemos en algunos lugares quienes nos persigan, pero debemos tener una buena teología del sufrimiento; debemos aprender a sufrir si es necesario por Cristo, sin tener el más mínimo deseo de venganza. Aún más, debemos ser de bendición para aquellos que nos maldicen, amarlos como nos demanda el Señor (Stg. 2:8).
Los que entendemos lo que significa ser perdonados, debemos tener un corazón perdonador, debemos aceptar si es necesario padecer por la causa de Cristo, aprender a esperar en su voluntad. Tampoco debemos tener en nuestras mentes una oración de juicio contra los que nos dañan; debemos orar para que la gracia los alcance como lo ha hecho hasta ahora.
Vivir por fe es más que congregarse, es aceptar los mandamientos de Dios e ir en pos de ellos; vivir por fe es también aprender a amar a los enemigos y a pedir misericordia por ellos y no desearles mal. Vivir por fe es esperar que Dios se ocupe de nuestras dificultades; dentro de ellas (He. 10:30), nosotros nos ocupamos de amarlos (Mt. 5:38–45).
