Pero Jesús le respondió: «Escrito está: “NO SOLO DE PAN VIVIRÁ EL HOMBRE, SINO DE TODA PALABRA QUE SALE DE LA BOCA DE DIOS”». Mt 4:4.
El relato de los evangelios nos muestra la poderosa determinación de Jesús de vencer la tentación. La victoria de Jesús sobre el pecado no solo se hizo evidente en la cruz, también lo fue en cada momento cuando era tentado, y en estos relatos se muestran tres tentaciones impresionantes, pero más sorprendentes fueron las respuestas victoriosas de Jesucristo.
La tentación siempre inicia por atacar lo que Dios dice y luego el orgullo. A Eva se le cuestionó lo que fue dicho por el Señor y luego se atacó su conciencia con promesas falsas, algo que resultó muy efectivo; la misma receta fue utilizada con el Señor. Después de cuarenta días en ayuno, decir que tenía hambre es poco y Satanás no perdió la oportunidad. Dios ya había proclamado a Jesús como su Hijo (Mateo 3.13–17) y el diablo lo reconoce, pero ahora pide que actúe y demuestre ese poder divino. La cuestión en el fondo no era el pan o las piedras, era la sujeción y la humillación que el Hijo de Dios debía llevar sobre sus hombros; si caía en la trampa satánica, entonces se separaría del plan divino para demostrar algo que ya Satanás sabía. En el fondo era obediencia contra orgullo.
La pregunta de fondo de Satanás era: ¿Cómo es posible que, siendo el Hijo de Dios, te encuentres en esta condición paupérrima? Poner en duda la deidad de Cristo al lado de la tentación es algo que reaparecerá más adelante en la cruz (Mt. 27:40–43). La victoria de Jesús estaba en saber cuál era su deber y cuál la voluntad de Dios; al saber esto, entonces pudo salir de la tentación citando las Escrituras (Dt. 8:1–18).
Las tentaciones que viven los creyentes van por ese mismo lado, atacar el orgullo a fin de hacerlos desobedecer; también vienen en los días de debilidad. La única receta para vencerla es saber la voluntad de Dios y ejecutarla, además de aferrarse a las Escrituras; el mismo Señor entiende la tentación y puede compadecerse (Heb 4:15). Además, manejar nuestras emociones también puede ayudarnos a vencer la tentación, reconociendo que muchas veces somos tentados por nuestros deseos pecaminosos (Stg 1:13–15). Como creyentes podemos tener bajo control las pasiones si nos aferramos a Dios, pero si nos separamos de Él, eventualmente nos aferraremos a las pasiones.
La oración, saber de la santidad de Dios y aplicarla puede ayudar a vencer a Satanás (Sal. 119:11). Nada de lo que puede darle el diablo a un creyente es mejor que lo que el Señor le puede dar si espera pacientemente en medio de la prueba (Fil. 4:19). Para esto es importante no dejarse impresionar por el orgullo cada vez que Satanás dice al oído que mereces más o que no parece ser un creyente; es la misma artimaña que ha usado desde el principio y querrá usarla; los que cayeron en la tentación perecieron (Hch. 5:1–11).
El creyente es y tiene lo que Dios quiere e irá a donde Dios lo lleve (Stg. 4:14–15); para vencer el orgullo en la tentación, la receta es la obediencia (Stg. 4:14–15). Además, Dios no permitirá que ninguno de sus hijos sea tentado más allá de lo que puede soportar (1 Cor 10:13); en su fidelidad nos dará la salida para que podamos soportar.
