Pero que pida con fe, sin dudar. Porque el que duda es semejante a la ola del mar, impulsada por el viento y echada de una parte a otra. No piense, pues, ese hombre, que recibirá cosa alguna del Señor, siendo hombre de doble ánimo, inestable en todos sus caminos. Stg 1:5–8.
La sabiduría que un creyente necesita para superar la prueba lo ayuda a convertirla en una oportunidad de crecimiento espiritual y también en una oportunidad para dar gloria a Dios. Cuando no hay sabiduría, no se crece y no se le da gloria a Dios, por lo cual la prueba crece o se hace más pesada hasta que nos humillemos delante del Señor.
El creyente debe pedir con fe la sabiduría para que la reciba. Ahora, debemos ser honestos, muchas veces menospreciamos las pruebas, minimizándolas, pidiendo consejos humanos o ridiculizándonos. Los creyentes piensan: «¿Cómo voy a estar sufriendo por esta tontera?», «¿Cómo es posible que esto me afecte?». Y así, entre tanto humanismo, se nos olvida pedirle a Dios sabiduría para salir adelante.
El que necesita sabiduría que la pida, pero con fe (He. 11:6), para agradar a Dios; el que tiene fe mueve montañas (Mt. 21:21–22); el que pide con fe recibe sabiduría. Una persona sabia no pide huir de la prueba, pide ser fortalecido para aprender de ella y glorificar a Dios. Pero si no solicitamos esta sabiduría o menospreciamos las pruebas en las que estamos, nos convertimos en inconstantes que no recibirán nada de Dios.
Aun en las pruebas debemos madurar y dejar de ser como niños (Ef 4:14). Si no soportamos la prueba con sabiduría de Dios, entonces no podemos agradarle, no le glorificamos y no crecemos; cuando esto sucede, entonces nos llenamos de amargor y resentimiento contra Dios y contra los mismos creyentes. No podemos soportar las pruebas en nuestras fuerzas, no debemos hacerlo; debemos pedir la sabiduría divina para que Él nos guíe, para que la prueba termine en la glorificación de su nombre.
Parte de la prueba es enseñarnos a depender de Dios y ahora nuestro deber es pedir con fe esa sabiduría que necesitamos, pedirla esperando recibirla. Esa sabiduría divina que se pide en la oración es la diferencia entre sumirse en la miseria o ser sacado por Dios de ella. Los que menosprecian las pruebas y no se someten a la sabiduría divina se hunden; los que confían en Dios y se inclinan ante Él pidiendo la sabiduría aprovechan las pruebas para darle gloria a Él y para crecer en la fe.