Por tanto, sométanse a Dios. Resistan, pues, al diablo y huirá de ustedes. Stg 4:7-10
Resistir al diablo es oponérsele, levantarse en contra de él. La única manera en que una persona realmente puede resistir al diablo es sometiéndose a Dios; si no es el poder del Señor el que sostiene a las personas, rápidamente mostrarán su carácter, que son hijos del maligno. Es fácil saber cuándo una persona no resiste al diablo, porque amará al mundo, se gozará en él y andará en pos de él (1 Jn. 2:15–17).
Resistir al diablo es un mandamiento que todo verdadero creyente debe tomar en cuenta, pero aquellos que andan flojos en la fe o que no dan fruto de salvación deben mostrar por medio de esta acción su carácter. El diablo cuando se le resiste huye; el problema es que muchas veces se le da lugar cuando la Biblia lo prohíbe (Ef 4:27).
Es importante saber esto: tenemos como creyentes las herramientas divinas para resistir al diablo; es la armadura cristiana. «Revístanse con toda la armadura de Dios para que puedan estar firmes contra las insidias del diablo» (Ef 6:11). En otras palabras, el Señor ya nos ha dado todo lo necesario para que podamos poner oposición al enemigo; cada uno es responsable de hacerlo y de esto dará cuentas a Dios.
Parece irreal, pero lo es: las personas que asisten a la iglesia no necesariamente quieren resistir al diablo; algunos van por acallar sus conciencias y para cumplir con un rito que ellos se han puesto, pero que a Dios no le trae gloria. El problema es que el resto del tiempo, en su andar, en su ser, están abrazando las ideas que Satanás pone en sus mentes y en sus corazones porque en realidad son hijos de él (Jn 8:44). La iglesia no debe verse contaminada por los pensamientos de estas personas y de sus pecados; cada creyente debe ser maduro para saber cuándo debe separarse de los que no luchan por la santidad.
Lo que la Biblia nos dice es que, al presentar oposición, en santidad, en sometimiento a Dios, el diablo huye. Esto no es extraño; tenemos testimonios de la misma Biblia de cómo funciona, cuando ha tentado a Cristo y le ha resistido. Viendo que no podía vencerlo por medio de las tentaciones, huyó (ver Lc 4:13). Ahora nosotros sabemos que el mundo está bajo el poder de Satanás (1 Jn. 5:19); nuestro deber es resistir a las tentaciones que vienen del mundo y del diablo.
Hermanos, Dios ya nos ha dado todo lo necesario para la vida y para la piedad (2 Pedro 1:3); por el conocimiento de Cristo podemos vivir en la santidad que conviene. Demos, por medio de una vida piadosa, testimonio de ser hijos de Dios; no nos conformemos a este mundo, pongamos oposición a él, soportemos la tentación, apartémonos de quienes nos quieren alejar de la comunión con Dios. Del Señor son las fuerzas, las herramientas y el poder que se necesitan para resistir al diablo; cada creyente verdadero las tomará y resistirá; el incrédulo no lo puede hacer porque no conoce al Señor. Ahí está la diferencia entre los hijos de Dios y los simpatizantes del Evangelio.