Pero ustedes son nación santa (1 P 2:9).
Los creyentes están separados para Cristo como nación santa. Son un pueblo o etnia que ha sido puesta aparte para Dios, esta idea Pedro también la trae del Antiguo Testamento (Éxodo 19:6). El Señor quería que Israel fuera una nación consagrada a su Nombre, pero el pecado hizo que Dios les quitara esta exclusividad (Os. 9:17).
El fin de hacer una nación santa es que estos tengan una comunión íntima con el Señor, que se aparten del pecado y se alejen del mundo y el pecado (2 Co. 5:17; 6:17). Hay que notar que en la epístola de Pedro el llamado a la santidad es una constante.
Dios realmente está llamando a su pueblo a crecer en la santidad que conviene a su casa (Sal 93:5). Los que piensan que ya no deben luchar por crecer en santidad son los que rápidamente se van por el camino del error y del pecado; por eso la insistencia en ser cada día más santos (1:16).
Ciertamente, ser santo no es algo que nace del corazón de las personas, este deseo surge del llamado de Dios (Ro 8:1–2). Luego de que es transformado para que sea parte de esta nación, Dios lo capacita para alcanzar la santidad por medio del Espíritu Santo (Gá 5:16–23). Los deseos son cambiados y la mente renovada para hacer la voluntad de Dios (Fil. 2:12–13).
Ya que Dios nos ha posicionado por la salvación en este grupo que Él llama nación santa, hay que aceptar que es por gracia y por su misericordia; el creyente ha alcanzado esta posición solo por el buen deseo del Señor. Ser una nación apartada es un privilegio que se vive cada día a los pies del Salvador del mundo, en comunión con Él y con los otros que son parte de esta. Es un privilegio enorme que ahora gozamos y, por lo tanto, los creyentes deben vivir comprometidos en representar bien esa nación de la que hacen parte.