Ser sacerdote de Dios es un privilegio que gozamos, pero debemos ejercerlo en santidad.

a group of people sitting in a room with their hands up

Pero ustedes son real sacerdocio (1 P 2:9).

Este concepto del que Pedro habla se remonta a Éxodo 19:6; los israelitas serán vistos como un reino de sacerdotes para elevar a Dios adoración y vivirán para servirle. Pero el pecado de la apostasía y muchos otros trajeron abajo el privilegio que tenían. (Ro. 10:16–21). Ahora este privilegio es dado a los que creen en su nombre, los que han recibido de Dios el don de la vida eterna (Ap. 5:10).

Ser del real sacerdocio implica que los sacerdotes están al servicio del rey; en este caso, Dios es el rey y quienes le adoran pertenecen a este grupo sacerdotal. El privilegio que tienen los sacerdotes es que pueden estar en la presencia del Rey sin ser consumidos. Cuando una persona que no había sido invitada entraba a la presencia del rey, corría el riesgo de morir. El rey podía extender su cetro para recibirla, pero también tenía la capacidad de ejecutarla (Est 5). Por gracia, hoy los creyentes pueden entrar a la presencia del Rey en todo momento sin ser consumidos.

La expresión «real sacerdote» señala la habitación de los sacerdotes, los cuales habitan en el palacio real. Los creyentes forman parte de este grupo selecto de Dios que han formado la casa de los sacerdotes reales.

Estos privilegios que como creyentes poseemos deben llenarnos de gozo, de alegría y empujarnos a la adoración continua, al servicio de nuestro Rey. La devoción a nuestro Dios debe ser continua, llena de sacrificios a Su Nombre (He 13:15), tal como lo dijo el salmista: «Daré gracias al SEÑOR conforme a Su justicia, Y cantaré alabanzas al nombre del SEÑOR, el Altísimo» (Sal 7:17).

Una de las formas prácticas en que podemos ejecutar nuestra labor de sacerdote es dando gloria a Dios y dándole gracias siempre. No siempre queremos estar agradecidos con Él, pero nuestro deber es dar gracias siempre (1 Ts. 5:18); debemos someter nuestra voluntad a la Palabra para traerle adoración.

Recordémosle constantemente a nuestra alma que somos sacerdotes que deben traer alabanza y adoración a nuestro Señor; ese es nuestro fin y propósito como sacerdotes. Recordemos que otros tuvieron estas luchas, pero de la misma manera esperaban en Jehová; esperemos en Él y adorémosle; no dejemos que las circunstancias nos quiten el privilegio que le fue quitado a toda una nación por su obstinada rebelión.

    ¿Por qué te desesperas, alma mía, Y por qué te turbas dentro de mí?  Espera en Dios, pues lo he de alabar otra vez.  ¡Él es la salvación de mi ser, y mi Dios! Sal 43:5.