Solos los incrédulos no pueden permanecer en Cristo, porque Él no los ha tomado.

Ellos salieron de nosotros, pero en realidad no eran de nosotros, porque si hubieran sido de nosotros, habrían permanecido con nosotros. Pero salieron, a fin de que se manifestara que no todos son de nosotros. 1 Jn 2:19.

En los juegos olímpicos normalmente hay delegaciones que pierden a sus miembros, estos países los llevan, les dan alimento, uniformes, mientas que los atletas parecen representar su nación, pero dadas las condiciones en las que viven huyen por un futuro mejor. El cristiano no huye de la iglesia, de en medio de ella, porque no hay nada bueno allá afuera, el futuro no es mejor, es peor, ya ha estado ahí en medio del pecado y ha sido rescatado para que no vuelva, los que vuelven a esa vida de pecado y se deleitan en ella, no eran creyentes de verdad.

Estos anticristos son los que han salido de la iglesia a negar al Señor, a blasfemar o que han claudicado. En la Iglesia habrá personas que están ahí, que se infiltran y que traen discordia, engaños y son arrastrados por la falsa enseñanza, todas estas personas niegan al Salvador y se aferran a su engaño. Lo que Juan escribe probablemente esté relacionado con algún evento en particular o en algún cisma que ha ocurrido en medio de la congregación.

Juan declara a los creyentes que no deben sentir preocupación, ya que el hecho de la separación demuestra la naturaleza, en esta ocasión no eran hermanos que buscaban otra congregación, eran creyentes que se separaban de los cristianos y que emprendían contra ellos mismos en algunas ocasiones, otros eran falsos maestros que se infiltraron para traer mal a la iglesia o desviarla de la gracia y los falsos creyentes o los que no tenían una profesión de fe aceptable eran arrastrados fácilmente.

Cuando un creyente sale de en medio de nosotros hacia otra Iglesia, esto no debe causarnos dolor, es un hermano que busca a Dios. Si uno que se llamaba creyente se aleja de Dios y habla mal de la Iglesia y del mismo Cristo, tampoco hay que sentir dolor ni ser fatalista. Los creyentes no desertamos de la fe, esto no es a causa de nuestra valentía, sino al poder del Espíritu que mora en nosotros. (Col. 1:21–23).

Dios está ocupado de que los creyentes permanezcan porque Él inició la obra en cada uno y la terminará (Fil. 1:6) el creyente ha sido protegido para obtener la herencia eterna (1 P. 1:5), guarda a los creyentes sin caída (Jud. 24–25). Mientras los creyentes siguen a Cristo, van por el mundo haciendo la obra de Dios, hay gente fluctuante en medio de la iglesia por la que hay que orar para que se arrepientan, pero cuando su naturaleza se ve revelada huyen en pos de las falsas doctrinas o en pos de lo que hay en su corazón, el pecado, a causa de los que se van la iglesia no debe claudicar, debe seguir firme porque su meta no es que las personas permanezcan. La meta de la Iglesia es dar testimonio de Cristo y dar gloria a su nombre.