Sométanse, por causa del Señor, a toda institución humana, ya sea al rey como autoridad, o a los gobernadores como enviados por él para castigo de los malhechores y alabanza de los que hacen el bien. 1 P 2:13–14.
Dios quiere que sus hijos guarden sus mandamientos y sus preceptos, y es por ello por lo que ha mandado uno que es particularmente ignorado. Los cristianos deben estar sometidos a las autoridades terrenales por causa del Señor; los que desean honrar a Dios se someten a las autoridades. Los creyentes no deben ser conocidos por andar murmurando de los gobernantes del mundo; deben ser conocidos por estar sujetos a ellos y encomendarlos a Dios (Ro. 13:1–4). De manera que espera que nos sometamos sin murmuración alguna (Fil. 2:14–15).
Hay que sujetarse a las instituciones humanas, a los gobernantes de este siglo; ellos no llegaron ahí por su astucia o por la corrupción, llegaron ahí porque Dios lo mandó. Muchas veces los gobernantes son un alivio para los pueblos; otras veces son de gran pesadumbre. Pero cualquiera que sea la realidad, el mandamiento sigue siendo el mismo: hay que someterse.
La razón por la que Dios tiene a los gobernantes en la tierra es para detener el avance del pecado; parece un poco extraño, pero así es. Muchas veces nos quejamos de la corrupción de los Estados y de los gobiernos, pero su razón de ser es mantener el orden y la justicia. Aunque los gobernantes tienen una justicia limitada y no es santa como la de Dios, se les ha dado ese poder y, aunque la ejerzan con sesgos, ayudan a que el mundo no se corrompa más por el pecado, cuando no hay gobernantes (Ro. 13:3).
Cuando estos gobernantes han perseguido a la iglesia, nunca se amotinó, ni levantó una rebelión, porque el fin de la iglesia es la predicación del Evangelio, no gobernar. En Hechos, los gobernantes que persiguieron la Iglesia estaban siendo usados para mover a los evangelistas por todo el mundo (Hch 8:4).
Así que nuestra actitud sobre los gobernantes habla de nuestra sujeción a Cristo; ellos están para castigar a los malos, son un medio de gracia de Dios para ejecutar a los que cometen los más atroces delitos (Ro. 13:4). Pero también es gracias a nuestros gobernantes que los creyentes y los que hacen el bien pueden vivir en paz (Hch. 7:10).
No podemos esperar que los gobernantes detengan toda la maldad del mundo porque ellos solo son humanos, pero sí podemos orar para que Dios los guíe a mantener un ambiente de paz y seguro para predicar el Evangelio, o que por medio de la gracia de Dios y la persecución nos empujen a movernos y a seguir predicando a Cristo y a este crucificado. Cualquier cosa que venga de parte de los gobernantes debemos entenderla como el plan soberano y misericordioso de Dios para su pueblo.