Ayer surgió la lamentable noticia de un joven de 22 años que mató a un perro en el parque de San Ramón; el joven fue detenido y hoy se encuentra en un centro psiquiátrico. ¿Cómo en un psiquiátrico? Así como lo oye, no está en la cárcel. Como cristianos, estamos llamados a cuidar la creación de Dios; el ser humano fue creado a Su imagen y semejanza con el objetivo de cuidar y subyugar la creación (Gn 1:26–31). Esto me hace pensar que, como creyente, me debo doler cada vez que noticias de maltrato animal surgen, más cuando en lo personal me encantan los perros; por eso debo decir que no es agradable leer estas noticias.
Pero también debo ser honesto: jamás la vida de un animal para mí será superior a la vida de un ser humano, ni se asemeja. El joven que mató al perrito es un paciente psiquiátrico que hace unos días fue puesto en la calle, ¿esto lo exculpa? Por supuesto que no, debe rendir cuentas ante el Creador y ante la justicia. Debo decir que lo que ha pasado después de la muerte del perrito es lo que más me ha dolido; se levantará una marcha para pedir justicia por el animalito, lo que en el fondo no parece desafortunado del todo. ¿Pero qué de la familia de este paciente, qué del dolor que cargan ellos? ¿Hay que deshumanizar su dolor para humanizar el dolor de un animal? Me parece que no.
Este movimiento ateo, animalista y algunos panteístas han cambiado la forma de pensar de la humanidad, poniendo en peligro la vida misma de las personas; cada vez que se humaniza a los animales, se deshumaniza a los seres humanos. Parece mentira, pero en lo que va del año, nadie se ha movido en una marcha por los niños asesinados, que son varios en este periodo, por la ola de homicidios que bate récord cada año; ni siquiera el movimiento feminista ha hecho marchas por las mujeres, pero se llevará a cabo por un perro; eso duele en mi corazón. Eso refleja la degradación del ser humano.
Como cristianos, debemos luchar para que la imagen de Dios vuelva a tomar relevancia, y esa imagen solo está en el ser humano (Gn 1:26). Por más que nos duela la muerte del perrito, primero está el ser humano que sufre a causa de las consecuencias del pecado, que no olvidemos que las enfermedades también son parte de esas secuelas y, en el fondo, la solución solo es Cristo; la esperanza de un mejor mundo no son las marchas o protestas, sino la redención que esperamos en Dios. No podemos como cristianos hacer causa común con los incrédulos (2 Cor 6:14–18) en este proceso idolátrico (Rom 1:24–32).
En conclusión, deberíamos dolernos por el maltrato animal, que es reflejo de la maldad y del pecado que mora en el ser humano, pero debemos dolernos más por la situación en la que se encuentra el ser humano, su pecado, su enfermedad, su dolor. Este joven fue internado nuevamente y la marcha en pro del perrito seguro se llevará a cabo. Sin embargo, definitivamente deberíamos estar más preocupados por la salud de este ser humano que es portador de la imagen de Dios (degradada por el pecado). Nada puede ser superior a eso. Como creyentes, estas cosas deberían movernos a defender la verdad del evangelio; para Dios es tan importante la humanidad que dio a su Hijo unigénito para que puedan hallar redención en Él. No podemos apoyar estos movimientos que se duelen más por un animal que por un ser humano; esto también es pecado.
