Porque saliendo de ustedes, la palabra del Señor se ha escuchado, no solo en Macedonia y Acaya, sino que también por todas partes la fe de ustedes en Dios se ha divulgado, de modo que nosotros no tenemos necesidad de decir nada. 1 Tes 1:8.
La evidencia indiscutible de la salvación de los de Tesalónica era el deseo y la práctica del evangelismo. Esta iglesia, desde que se constituyó, fue un ejemplo para quienes los rodeaban. Los apóstoles les trajeron el mensaje de salvación y ellos lo divulgaron, cumpliendo así la meta de hacer discípulos de todas las naciones (Mt 28:19–20).
Hay quienes se conforman con poseer una sana doctrina, otros con tener un buen edificio, o quizás una buena membresía en la iglesia. La realidad es que todas estas cosas son buenas, pero al predicar a Cristo a los perdidos, nos parecemos más a Él, porque fue en parte lo que hizo aquí en la tierra (Mat 4:17).
Cristo, el rey de la gloria, vino a predicar las buenas nuevas de salvación y ha dejado a la iglesia como su testigo para que lo lleve hasta lo más profundo y lejano de la tierra (Mar 16:15). Cuando los creyentes se alejan de esa tarea, indefectiblemente se parecen menos a Cristo. Si la meta es ser semejantes en todo al Señor, la predicación del evangelio debe formar parte de la realidad de la iglesia.
Los tesalonicenses eran tan comprometidos con Cristo y con su mensaje que les aliviaron la carga a los apóstoles; ya ellos no debían continuar predicando a los alrededores de la ciudad porque ya todos habían escuchado el mensaje de salvación y lo seguían oyendo, seguían viendo los frutos de la verdadera conversión.
Esta marca que tiene esta iglesia es la que quizá muchos desprecian, pero es elemental; los verdaderos cristianos nos debemos preocupar porque la sociedad en la que vivimos sepa de Cristo, no del testimonio de la iglesia o de los pastores; deben saber del Señor de la gloria.
Si bien es cierto que la salvación es del Señor, la iglesia debe ser conocida por la promulgación del evangelio en medio de la sociedad donde ha sido plantada; los frutos los traerá el Señor. Quizá los frutos sean la persecución, el vituperio o vejaciones de parte de los vecinos, pero solo predicando a Cristo se puede alcanzar a aquellos que han sido determinados para vida eterna.
No se puede reducir la espiritualidad de una iglesia a la predicación del evangelio, pero sí es un síntoma de creyentes, enfermos o debilitados, la falta de amor por la predicción de las buenas nuevas de salvación. No podemos parecernos a Cristo a plenitud si no llevamos el mensaje del evangelio a los pueblos donde Él con gran sabiduría nos ha puesto.
