Habacuc 3:17–19 Aunque la higuera no eche brotes, ni haya fruto en las viñas; aunque falte el producto del olivo, Y los campos no produzcan alimento; aunque falten las ovejas del redil, Y no haya vacas en los establos, con todo yo me alegraré en el Señor, me regocijaré en el Dios de mi salvación. El Señor Dios es mi fortaleza; Él ha hecho mis pies como los de las ciervas, Y por las alturas me hace caminar. Para el director del coro, con mis instrumentos de cuerda.
Esta porción del cántico de Habacuc es conmovedora; en su poema relata la maldad de los hombres y la ruina de Israel, clama al Señor desesperado porque el impío mejora su vida y el justo es empobrecido. Nada de lo que les pasa a los justos es bueno, todo son calamidades. La desesperación puede estar llegando al corazón de los justos al ver que su piedad los está arruinando, y la impiedad de los impíos los enriquece.
El Señor responde a Habacuc con una profecía de juicios para cada uno de los que se gozan en la maldad y de restauración para los justos. La respuesta de Habacuc es que, aunque estén en lo más profundo de la calamidad y de la pobreza, sumidos en el dolor y la tristeza, él esperará en Jehová y se alegrará y se regocijará. Puede el profeta confiar en la fortaleza que Dios le ha dado, en la capacidad de subir por los lugares más peligrosos, y lo ha hecho ligero para andar como la gacela; todo eso es verdad aunque las calamidades lo persigan.
Entonces no importa la situación; Dios está al control, aunque la higuera no dé más de sí. Aunque aparezca una escasez de alimentos y aunque el pueblo se quede sin sus ganados que han sido su fuente de vida desde Abraham. Con todo eso, el poeta se compromete a encontrar el gozo en Dios, en el Dios de su salvación. Todo lo que Dios hace es bueno y digno de darle gloria, aun la calamidad, porque Él hace todas las cosas. Él nos ha dado vida, nos ha formado para caminar según el poema. Pero con todo, lo más importante es que Dios siempre está al frente de las calamidades porque las envía para juicio contra el impío y santificar a su pueblo.
Dar gloria a Dios en la calamidad es desafiante, pero ¿qué más podemos hacer que adorarlo y esperar en Él? ¿Nos revelaremos y trataremos de resolver algo que él ha determinado? ¿No es acaso más santo nuestro Dios que nos pasa por el fuego de la prueba para que nazca una adoración auténtica?
Vendrán días oscuros, pero en todos la gloria de nuestro Salvador resplandecerá y no faltará justicia para los rectos y gracia para sus hijos. La adoración no depende de las circunstancias, depende de dónde está puesto nuestro corazón, en la tierra o con Cristo. Habrá días donde parecerá que las calamidades nos persiguen, que las desgracias aumentan, pero en todo ese trayecto podemos alegrarnos de que Jehová está sentado en el trono, juzgando y esperando a los redimidos en Cristo Jesús.
Ciertamente, este mundo está lleno de aflicciones, pero podemos esperar en quien ya venció al mundo (Jn 16:33). Quien juzga todas las cosas es nuestro Padre celestial, en quien ahora somos aceptos en el amado (Ef 1:6). Podemos adorarlo en la calamidad porque nos ama y nos cuida aún en medio del fuego de la prueba.
