Acérquense a Dios, y Él se acercará a ustedes. 4:8
Si el primer mandamiento de esta lista, es someterse a Dios, aquí encontramos otro deber del ser humano: acercarse a Dios. Acercarse a Dios es una forma de llamar al arrepentimiento a quienes, conociéndolo, oyendo de Él, quieren vivir una vida desordenada. Además, es un aliciente para los necesitados (Mt. 7:7–11); podemos acercarnos a Dios pidiendo y nos dará cosas buenas.
Acercarse a Dios es conocer a Cristo (Jn. 17:3), tener comunión con Él, buscarle en santidad y amor. Nadie puede decir que ama al Padre y que desecha a su Hijo Jesucristo. El deseo más profundo del verdadero creyente está en conocer al Señor, en vivir en su salvación (Fil. 3:10). Ningún incrédulo puede acercarse a Dios en sus propias fuerzas, pero hay algunos que, confesando la fe en Cristo, tienen una facilidad impresionante para separarse del Señor, como si sus ojos fueran velados.
A veces es muy fácil caer en el superficialísimo que tanto rechaza el Señor. Desde la antigüedad, los pueblos han tratado con liviandad, lo que significa tener comunión con Dios y han sido consumidos en su disciplina. Israel tuvo que soportar el juicio por no tener una cercanía real con Dios (Is. 29:13). A la iglesia de la Odisea se le instó diciendo: «Sé, pues, celoso y arrepiéntete» (Ap 3:19b). El problema de vivir la fe de una manera superficial es que Dios lo ve todo, lo sabe todo y juzga con justicia, disciplina, con amor (Ap 3:19 a).
Los que han sido salvados y acercados por el poder del Espíritu a Dios deberían estar satisfechos en Cristo, porque nos llamó para ser hijos suyos (Ef. 1:4–5). Es hora de que nos comportemos como verdaderos adoradores de Dios (Jn. 4:23–24). No debemos pensar que una vida superficial de la fe nos librará de la disciplina del Señor.
Cada uno de nosotros es responsable de estar cerca de Dios, de buscarlo (Sal. 27), de tener esa comunión íntima. Es muy fácil no hacerlo, por eso está este mandamiento aquí: el mundo, la carne y el diablo quieren separarnos de Dios, tentarnos a separarnos de sus bendiciones. Si hemos caído en esta tentación, la solución que nos da la Palabra es sencilla: «Acérquense a Dios, y Él se acercará a ustedes»
Ya el Padre lo ha hecho todo para que tengamos este privilegio de ser llamados «hijos», ya la obra hecha está, disfrutar de todas las benevolencias de Dios; ahora es nuestro deber estar en comunión con Él. Para los cristianos, vivir en Cristo debe ser su todo, pero si está extraviado, cual oveja perdida, Dios dice: «Me buscarán y me encontrarán, cuando me busquen de todo corazón» ( Jr 29:13). Así que, si estamos en íntima comunión con Dios o, como creyentes, nos hemos extraviado, cualquiera que sea nuestra situación, debemos «acercarnos con confianza al trono de la gracia para que recibamos misericordia y hallemos gracia para la ayuda oportuna».